Un largo sueño tormentoso.
Sábanas arrugadas y caídas.
Resplandor.
Sin abrir los ojos, me acurruco por última vez.
Suspiro.
Me refriego la cara
tratando de despegarme las pestañas.
La frazada pesa y cae al piso,
entonces levanto la cara de la almohada para espiar la hora.
Lo peor había pasado, era momento de levantarse.
Salir al mundo después de un vendaval no es poca cosa,
aprender otra vez a vivir, menos.
Pero entra el sol por la ventana y por fin lo puedo ver después de tantas mañanas oscuras.
De golpe recuerdo el sueño de tormenta y se arma un nudo,
el momento de elegir se precipita,
y es el tiempo el que tiene la última palabra.
Por eso, cuando lo único que queda es esperar
lo mejor que se puede hacer es mirar el sol de frente
y abrir de par en par las ventanas,
para que el viento se lleva las mañanas oscuras
y traiga nuevos días de calma.